Testigo de la época de oro de los cuequeros que hicieron las primeras grabaciones, la escritora Patricia Téllez propone en "La historia tañada en cueca" un enfoque distinto al que se ha contado.
La fotografía fue tomada en el frontis de El Amigo Peti, famoso restaurante que Víctor Carreño tenía frente al Matadero. Allí, un grupo de cuequeros de traje y corbata posa para la cubierta del único disco de Los Centrinos, editado por EMI Odeon, en 1971, con el título de "Buenas cuecas centrinas".
Aparecen, muy jóvenes, Luis Hernán "Baucha" Araneda, Raúl "Perico" Lizama, Luis Téllez Viera y Luis Téllez Mellado, padre e hijo, que completan el elenco. "Más atrás, muy escondido, casi nadie sabe que está don Fernando González Marabolí, que es la figura principal en la historia de la cueca del siglo XX", sentencia Patricia Téllez, hija y hermana de esos cantores centrinos, y autora de un libro que viene a debatir lo que se ha escrito acerca de la cueca: "La historia tañada en cueca al ritmo de los panderos" (Piélago, $18.000).
"Son los protagonistas de una generación que se conoce como los cantores de la güeya antigua, los primeros que llevaron la chilena o cueca tradicional al long play en los años 60. Son los que recibieron el legado y los conocimientos de los taitas, cantores que nacieron a fines del siglo XIX. Yo conocí a algunos", dice Téllez, en referencia a estas leyendas "sin nombre".
"El Burrito, El Cojo Paliza, El Trincado, El Chute Guillermo, El Chute Alberto, El Vaporino, Luchito el Porteño. De muchos de ellos nunca pude saber cómo se llamaban realmente. Se iban cambiando la chapa, por seguridad. Era normal. La cueca estaba prohibida desde tiempos de O'Higgins, de Vicuña Mackenna y de Alessandri. A los cuequeros los perseguían. A algunos los asesinaban a quemarropa", dice Téllez.
En su libro, la investigadora plantea un ejercicio distinto al historiográfico, pues sostiene el gran cuerpo de la historia en los testimonios, vivencias y relatos de los cuequeros que conoció siendo niña, en la casa de avenida Santa Isabel y luego de adulta en los merodeos por diversos barrios capitalinos.
"Un día me senté con el Baucha en Las Pipas y le dije 'es hora de que contemos la verdad'. Él me dijo 'sí, yo te voy a ayudar'. Por primera vez llevamos toda esa tradición oral a un libro. Lo que estamos contando aquí es la verdadera historia", asegura.
Y desde esa óptica, por ejemplo, la autora pone en relieve las contribuciones de Fernando González Marabolí, cantor, autor de innumerables cuecas, investigador y gestor de conjuntos como Los Chinganeros, activos desde los años 30. El libro "Chilena o cueca tradicional" (1994), del musicólogo Samuel Claro Valdés, se basa en los relatos de González Marabolí. "Para mí, mucho más que un historiador es un arqueólogo de la cueca", dice.
Un origen chimbero
Y del mismo modo, la autora discute la supremacía heroica que ha ostentado en nuestros tiempos otro cantor referencial como Hernán Núñez, El Nano. "La verdadera historia cuenta cómo ocurrieron las cosas cuando se grabó el disco de Los Chileneros en 1967 y cómo fue desplazado Fernando González Marabolí, que lo había gestado con EMI Odeon", dice.
Pero más allá de las antiguas disputas hombre a hombre, el mayor aporte de Téllez a la historia no difundida de la cueca tradicional es, precisamente, su origen profundo. Ella lo sitúa en tiempos próximos a la Independencia, y como resultado de una evolución del canto a la rueda traído por árabes al país.
"Nació en las galleras y chinganas de La Chimba, donde José Miguel Carrera formó su ejército, porque la cueca también era una manera de datearse, pasar información", dice. "Margot Loyola postulaba que la cueca provenía de la zamacueca peruana y que se asentó en Chile, pero creo que después rectificó su pensamiento", sentencia Patricia Téllez.
Publicación de Diario El Mercurio 16/10/2016