sábado, 18 de julio de 2015

Latinoamérica La pérdida de El Dorado Después del auge de los productos básicos, la región necesita una nueva fórmula para el crecimiento.

Fue maravilloso mientras duró. Durante una buena parte de este siglo, Latinoamérica tuvo un firme crecimiento económico, una gran caída de la pobreza y un aumento de la clase media. Ahora los buenos tiempos llegaron a su fin.

Los mercados emergentes en todas partes están subvencionando como un soufflé que se está enfriando. Pero Latinoamérica se ha enfriado por completo. El FMI espera un crecimiento de solo 0,9% en 2015, lo cual sería el quinto año sucesivo de desaceleración. Una serie de economistas están hablando de un nuevo estado normal de crecimiento de solo 2% más o menos anual; menos de la mitad del nivel que alcanzó la región durante el auge.

¿Qué salió mal? La respuesta corta es que el gran superciclo de los productos básicos que fue gatillado por la industrialización de China terminó. Las exportaciones crecientes de minerales, porotos de soya y combustibles dieron un impulso a varias economías sudamericanas. Sin ese estímulo la región convergió a la baja, hasta llegar a la tasa de crecimiento a largo plazo de 2,4% de México, el que no es un gran exportador de productos básicos.

Incluso peor, la bonanza de las materias primas llevó a distorsiones que tal vez limiten nuevas fuentes de crecimiento. Muchas monedas latinoamericanas se sobrevaloraron, perjudicando la competitividad de las empresas que no ofrecían productos básicos. El consumo subió bastante; la inversión decayó. Mientras Asia construía fábricas, Latinoamérica levantaba centros comerciales.

El resultado neto no es totalmente negativo. Los auges de productos básicos que hubo en el pasado en Latinoamérica terminaron inevitablemente en fracasos financieros. Esta vez solo los países, como Venezuela, que han repetido viejos errores -populismo fiscal, proteccionismo e intromisión del gobierno- enfrentan una crisis. Gran parte de la región se ha vuelto más resistente después de años de políticas macroeconómicas responsables, con bancos más firmes y deuda pública más baja.

Para un continente de auges y caídas, la resistencia no es algo que se pueda despreciar. Pero no va a asegurar un crecimiento más rápido que perdure. Para enriquecerse, Latinoamérica tiene que dar un impulso a su índice profundamente bajo de crecimiento de la productividad y diversificar sus economías. Eso, a su vez, significa dejar atrás el agotado debate ideológico entre mercado y estado que todavía acosa a la política de la región. Latinoamérica necesita tanto mercados que funcionen mejor, con más competencia, como gobiernos mucho más inteligentes.

Partamos con la productividad. En 1960, la eficiencia con la que Latinoamérica combinó capital y mano de obra equivalió a tres cuartas partes la de Estados Unidos. Ahora es de poco más de la mitad. Las causas obvias de esta brecha son la falta de transporte, la insuficiencia de innovación y capacitación, y un sector informal abultado.

Para abordar esto se requiere más que solo educación e infraestructura. La falta de vivienda apropiada y de políticas de planificación urbana, por ejemplo, significa que muchos trabajadores deben pasar horas viajando de la casa al trabajo todos los días. Muchos no se preocupan, prefiriendo establecer negocios de subsistencia en sus propias viviendas. De un modo similar, mejorar el cuidado infantil o abordar los delitos violentos fomentaría el crecimiento (al permitir que las mujeres busquen un trabajo más productivo y al reducir la extorsión que evita que los negocios se expandan).

Oportunidad de oro

La segunda prioridad es tomar en serio la integración regional. Las economías se diversifican más y se vuelven más sofisticadas cuando sus empresas se unen a las cadenas de abastecimiento regionales. Ese proceso ha dado un impulso al crecimiento del este de Asia y al del norte de México (aunque no del sur) gracias a sus vínculos con EE.UU. En Sudamérica son muchos los líderes que hablan de unidad mientras practican el proteccionismo. Un buen comienzo sería convertir el Mercosur, el que está basado en Brasil y Argentina, de una unión aduanera en gran medida ficticia en un área apropiada de libre comercio que se base en reglas.

Ninguna de estas reformas dará frutos rápidamente. Ninguna será fácil de llevar a cabo, especialmente porque varios de los presidentes de la región son impopulares y sus gobiernos se han visto afectados por la corrupción. Pero sin las ganancias fáciles del auge, el duro esfuerzo de las reformas estructurales es la única forma de impulsar el crecimiento y el bienestar social. Mientras más pronto sus líderes se den cuenta de eso, mejores serán las perspectivas de la región.

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